lunes, 22 de agosto de 2011

Legalize Festival: afuera la marcha adentro el reggae




La segunda versión del Festival convocó a su tribu y todo fluyó. Anoche en un Caupolicán repleto los mensajes de la calle se hicieron música.
Por Rolando Inostroza
Fotografía: Elvis González
La historia del reggae siempre ha estado ligada a luchas contestatarias, libertad, unión y muchos otros valores de reivindicación social y humana, que por estos días, parecen aflorar en cada esquina y cada mesa como tema de conversación en nuestro país. Es en este contexto ideal que se dio rienda suelta a la segunda versión del Legalize Festival, un encuentro que reunió a más de 3 mil personas en torno a la música y las convicciones.

Hace mucho tiempo que no se veía al recinto de San Diego tan repleto. La popularidad del movimiento rastafari en nuestro país ha ido en ascenso, casi siempre bajo la sombra de muchos otros ritmos, pero manteniendo un séquito fiel y sereno, que ayer dijo presente con mucho clamor.

Como festival que es, el evento comenzó desde temprano, ya a las 4 de la tarde se empezaba a calentar el ambiente con algunos DJ’s y MC’s ligados al hip hop, al reggae y al raggamuffin. Entre ellos sonaron Ocean Soldiers, Rafiki y Kingoroots, prendiendo el escenario mientras iba llegando el público en masa. Grupos de personas que pasaron de la masiva actividad en el Parque O'Higgins a shows de primera categoría, a unas cuantas cuadras de distancia.

Es que así fue, la máxima expresión del ritmo jamaiquino y todos sus ideales llegaron en el momento justo. Cuando en las cercanías del Caupolicán miles de personas volvían a sus casas caminando por Avenida Matta, marchando y cantando, sin saber que en el emblemático teatro se hacía lo mismo.

Fue a esa misma hora que llegaron los tres shows de más peso para el Legalize. Primero fue le turno de los brasileños de Natiruts. Con alrededor de 15 años de carrera y gran popularidad, fueron recibidos con fervor por los rastas y los no tanto.

Una presentación exquisita, con una guitarrista virtuosísima y un flow notable. Pareciera que la mezcla los sonidos rastafaris con la lengua portuguesa agudizaran más los efectos de relajación que producían los estupefacientes en juego. Así lo entendía el público, que era llevado por ritmos bossa nova hasta un cierre con algo de ska y potencia. Acá nadie quedaba ajeno, pues la variedad pudo con los gustos de cualquier tipo de espectador.

Fue tan bueno el show que terminaron pasándose de la hora. Esto trajo inconvenientes a quienes seguían en el line up: los sólidos Movimiento Original. El cuarteto hip hop, que utiliza el recurso reggae como arma principal estuvo sólido, potente y confirmó que el nivel de los músicos chilenos en esta rama está para pelearle a cualquiera. La banda también ratificó su conexión con la gente, quienes corearon la mayoría de sus temas y participaron del jugueteo.

A la cortísima presentación (poco menos de media hora), como ya es común en el mundo de las rimas, subieron variados colaboradores, entre ellos Movimiento Orginal, siendo tremendo aporte a la hora de prender a al audiencia. Esto, unos cuantos temas más y vino el conflicto. La producción cortó la tornamesa en el último tema para que acabaran el show a la fuerza. Eso, más un reclamo de uno de los MC’s del grupo y las pifias se prolongaron. Teniendo que poner el pecho el animador encargado del evento, quien trato de calmar un poco los ánimos acudiendo a las mezclas de uno de los DJ’s que musicalizaban los intermedios.

Pasado el desliz vinieron Los Cafres, la banda argentina, que con tremenda (y accidentada) trayectoria vinieron a poner el broche de oro al festival. Con mucha calidad, el grupo se configuraba como una pequeña orquesta, donde Guillermo Bonetto, el vocalista, movía las piezas a su gusto. Bailes, ritmo, conversación, reivindicaciones indígenas y hasta posar para fotos, todo servía para darle detalles extra a las canciones y al mensaje. Porque al final de cuentas eso primó. Un gran y difuso mensaje entre la multitud y los músicos, un idioma que sólo ellos comprendían, pero que hablaba de cosas bondadosas y pasionales. Así, de la misma manera, dentro del Caupolicán o fuera de este, todo parecía calzar, parecía que este día había sido elegido para comunicarse sin palabras. Sólo había que dejarse llevar.

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